EDEL
VIVES
Edel
era una mariposa que producía seda en su crecimiento. Su vida duraba muy poco:
un día. Sin embargo tenía muchas misiones: nos servía a nosotros su seda, su
belleza y poner huevos para que no dejaran de existir estas mariposas. Edel era
una mariposa de apagados colores, que no volaba alto, pero podía ver el cielo.
Era como un ángel traslúcido que tenía una vista sensacional y unos gustos
refinados. Podía valorar las flores, su color, su aroma, pero sin embargo no
tenía tiempo para disfrutarlos, no tenía tiempo para volar más alto, solo debía
encontrar una pareja, lo que significaba que sus ojos eran perfectos pues
siempre la hallaba y su paso siguiente era deja este mundo. Un viejo indio
habló con Edel y le propuso la posibilidad de: “y si vives un día más”. Esto la
dejó pensando a la mariposa Edel, que nunca se lo había planteado. Quiso
entonces vivir un día más y fue así que entonces, voló más alto y no nos dejó.
Ahora podía ver la nubes desde arriba y podía ver algo tan pequeño como las flores
porque no dejó sus gustos refinados y por más que llegó tan alto, no le quitó
valor a quién quería. Entonces el indio le dio como premio una trompa a su
medida.
Se
volvió a encontrar con el indio y este le volvió a proponer: “y si vives un día
más” y quiso vivir un día más, entonces desde las alturas vio muchas mariposas
pero eligió a las mariposas ángeles como ella, pero eligió la que ella quería y
pus huevos, pero no se dejó morir y el indio le dio otro premio. Esta vez
fueron unas patas con forma de troncos. Ya no podría volar, pero las flores le
encantaban y buscaba su néctar. Iba de flor en flor y ayudaba a la
polinización. Ahora tenía colores y atrajo las mariposas del cielo y puso más
huevos y no partió. Se quedó un día más. Fue con el indio y este como premio le
puso una cola, para que al proponerle otro día más lo aceptara. Edel no
necesitaba premios, pero estos la hacían más fuerte. Ahora tenía patas, trompa
y cola. Con la cola pudo ahuyentar las moscas que la incitaban a partir en
treinta días pro Edel solo pensaba vivir un día más y no les hizo caso, no le
servían treinta días, la cuestión era si vives un día más. Alejó todo
pensamiento negativo y vio en el siguiente amanecer, al indio. Esta vez le dio
de premio un cuerpo y se hizo un elefante. Edel pensó: ahora ya no viviré tan
poco tiempo, ya no más lucharé contra el reloj, porque solo me daban un día.
Ahora soy un elefante y viviré setenta años.
Pero
al indio no le bastaba con ello y le proponía día a día: “qué tal si vives un
día más”. Ella lo aceptaba. No porque tuviera miedo a la muerte sino porque
tenía un premio, si vivía un día más. Setenta años eran mucho, pero un día más
valía la pena.
El
indio cumplía con regalos la fortaleza de aceptar dejar u animal que vive lo
establecido. Fue así que cumpliéndose los sesenta años le dio una aleta caudal,
le dio aletas para las patas y la espalda, le dio agua y a los setenta años se
fue a vivir al mar. Ahora era una ballena del Ártico y viviría doscientos
cincuenta años, el indio le dio muchas porosidades que la convirtieron en la
esponja de la Antártida. Aunque cambiaba de hábitat ella conseguía u día más y
la esponja vivió más de mil quinientos años.
Para
vivir hay que convertirse.